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Rafael Otano
Periodista, Redactor del libro Crónica de la Transición, Editor de la desaparecida revista APSI
Hubo miedo, mucho miedo. El acuerdo extraído con fórceps en el ex Congreso Nacional a altas horas de la noche del viernes 15 de noviembre del 2019, provino del pavor atávico ante la poblada, provino también de la defensa corporativa contra el amenazante “que vienen, que vienen” resonando en los territorios de la tribu. La gran bronca avanzaba incendiaria o pacifista, insultante o con buenas maneras: se hacía con la calle y con montones de juventud.
El acuerdo fue, pues, un hecho político reactivo, una manera de salvar los muebles. El miedo mezcló el agua y el aceite, hizo posible lo que un mes antes resultaba impensable: unir a la UDI y algunos grupos del FA a la hora de firmar el certificado de defunción de la constitución pinochetista. Dado el alto grado de deslegitimación de los parlamentarios, éstos acordaron un extenso frente común por encima de sus discrepancias. No fue una apuesta estratégica, se trató de un acto de sobrevivencia.
Sorprende que en esos días personajes de la esfera pública dijeran aquello de que el estallido social “les abrió los ojos”. Gentes que cobran muy bien por representar (y, se supone, conocer) sus departamentos y distritos, necesitaron, según parece, de enormes movilizaciones y desmanes para enterarse con pretendido asombro del abecé de los problemas sociales que dañaban la vida de sus representados. Se acostumbraron a vivir en un mundo paralelo: desde él apenas se siente la apretura de las carencias que día a día llovía y llueve sobre muchos de sus votantes.
Pero lo peor no eran solo los graves desajustes y desigualdades del llamado modelo, lo más irritante fue que la gente los vivía con la música de fondo de un discurso triunfalista paseado por el mundo. “Nos estamos sobrevendiendo”, me reconocía hace algunos años un periodista del área económica después de una gira presidencial. Las élites del poder se habían creído su propio cuento y eran reforzadas en sus salidas al exterior. No había ambiente de autocrítica: se confundía el desarrollo macroeconómico exitoso con la marcha general del país.
En tal estado de ánimo, no se supo leer la multicrisis que se estaba experimentando en salud, en pensiones, en educación, en vivienda… La calle vibraba ante estos temas, pero las respuestas adolecían de indolencia y lentitud. Parodiando el famoso eslogan de Juan Pablo II, los pobres podían y debían esperar. La impaciencia era un privilegio evidente de los ricos.
Estas miserias de la política no impiden valorar el acuerdo firmado en medio de la tormenta. Por encima de controversias, el encuentro de aquel viernes 15 de noviembre marca un hito que puso fin al pinochetismo institucional con sus residuos de exclusión y de dogmatismo económico. Desafortunadamente ese paso de manual se tuvo que dar ante un escenario de barricadas, incendios y saqueos. El miedo logró lo que no habían logrado la sensibilidad social ni la decencia democrática.
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