2 may 2014

SOFOCLES


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“Muchas son las cosas terribles, y no hay nada más terrible que el hombre”. 

Tal es la expresión del más renombrado coro de la tragedia griega –Sófocles Antígona v. 334– que sintetiza la concepción trágica del ser humano en la palabra deinós(terrible) y resulta significativo que este adjetivo se haya traducido –y se siga traduciendo– por “asombroso” y “maravilloso”, tomando la acepción derivada y no el sentido primero y principal por obra de la lectura “humanista” que vio en el coro un canto al progreso humano, una admiración por sus logros culturales. 

Fue Martín Heidegger en el curso de 1935 –publicado con el título Introducción a la Metafísica– quien marcó claramente la tergiversación de tal interpretación y tradujo esta palabra (que en su etimología significa “que da temor”) por Unheimlich “pavoroso”, “siniestro”, profundizando en el sentido ambiguo del término y enfatizando el sentido propio de lo trágico, como “lo que nos saca de lo habitual” heimilich

Esta interpretación de Heidegger ha sido malinterpretada por Castoriadis, y el coro ha sido comentado por Lacan (que sigue en gran parte observaciones de Heidegger sin mencionarlo en el Seminario VII); y todo eso nos remite a la contemporaneidad de la reflexión del pensamiento sobre lo trágico, invitándonos al contacto directo con la fuente griega. 

El coro de Coéforas de Esquilo (v. 585) dice: “Muchos seres terribles –deiná– hacen crecer la tierra...” para referirse ya no al ser humano sino a las hembras –con alusión concreta a Clitemnestra y a otras mujeres asesinas llevadas por su deseo– y muestra una sentencia similar a la expresada posteriormente por Sófocles. 

En una y otra vibra el mismo sentimiento trágico que canta las cosas más terribles en lo que Nietzsche ha llamado “un pesimismo de la fortaleza “al preguntarse por la predilección griega por “las cosas duras, horrendas, malvadas, problemáticas de la existencia”. 

El pensamiento del joven Nietzsche en El nacimiento de la tragedia sigue siendo sin duda la reflexión más fuerte y profunda sobre la esencia de la tragedia porque la enmarca en el contexto mayor de la cultura trágica en su oposición con la cultura moderna, en la que “el cientificismo es una miedosa escapatoria frente al pesimismo”, y “el periodista, esclavo del papel del día, ha triunfado”. La dinámica misma del mito viviente de la cultura trágica se personifica en la figura de Dioniso que manifiesta que la sensibilidad de gozar es la misma que la de sufrir y no se puede anestesiar una sin amputar la otra. 

Y este Dioniso que Nietzsche hereda del romanticismo alemán y de una lectura honda de los griegos está muy lejos de la moda dionisíaca del “Nietzsche bailarín” posmoderno, individualista y edulcorado de tantos pensadores españoles, franceses e italianos, alejados ya del conocimiento que Nietzsche y Heidegger tenían de las fuentes. 


En este punto interesa aclarar que la expresión “héroe trágico” no existe en la lengua griega y representaría una contradicción en los términos porque lo heroico refiere al contexto de significado épico y homérico como los valores de la aristocracia guerrera, y lo trágico se produce en la reformulación del mito que es la escena de la tragedia griega, propia del desarrollo de la polis del s. V de Atenas y las vicisitudes de las convenciones humanas (del nomos) en relación con el orden divino del mundo que recuerda su presencia insondable con suicidios, cadáveres, desgracias. 

Y no hay que olvidar que este espectáculo teatral de la tragedia –que según Aristóteles produce “miedo y compasión”– se da en el marco de una fiesta religiosa anual con competencias, sacrificios y que no es lúgubre en su conjunto sino un muy especial evento artístico, político y religioso a la vez. 

De todas maneras los personajes del drama –dramatis personae– Edipo, Creonte, Antígona, Clitemnestra o Ayax siguieron vivos en el imaginario cultural del Occidente posterior adquiriendo esa resonancia particular de “héroe trágico” como aquel que lleva a la acción el lema trágico por excelencia “el conocimiento por el sufrimiento” –el máthos por el páthos– que enuncia Esquilo en el coro de su Agamenón. Pero de alguna manera importa ver en que medida son resignificados en un contexto que es ajeno a su suelo de origen. 



En Final de partida de S. Beckett uno de los personajes enuncia la frase que muestra el horizonte del mundo antitrágico en lo que consecuentemente es la tragedia contemporánea: “No hay más naturaleza”. 

Así como las aventuras por los mares de la Odisea se han convertido en el devenir del flujo de la conciencia en el Ulises de Joyce, la physis de los griegos se ha desvanecido en “La tierra baldía” del s. XX. En verdad la frase de Beckett condensa –en el mismo escenario de la historia del teatro– lo que convierte al Occidente contemporáneo en las antípodas de la cultura trágica. 

Porque en la Weltanshauung antigua el primer referente es el orden del mundo, y en la nuestra lo es el sujeto. De modo que hay que recordar que la physis de los griegos alude en su primer sentido a la totalidad de lo existente, lo que incluye evidentemente al ser humano. Entendida en estos términos esta frase “No hay más naturaleza” significa: “No hay más mundo, cosmos, dioses, sólo sujetos...”. 

Llegamos demasiado tarde para los dioses, la flauta de Dioniso ya no suena en esta tierra, el gran Pan ha muerto, el desierto está creciendo, el desencantamiento del mundo... tantas frases resuenan en el entorno de esta atmósfera, tantas en verdad que nos recuerda que la nostalgia romántica no es el tono propio de la Tragedia sino la afirmación de la realidad sin anestesia: 
“Todo es lamento, locura, muerte, vergüenza. De cuantos nombres existen para el mal, ninguno está ausente.” (Edipo Rey vv. 1281) 
“¡Ay, generaciones de mortales! ¡Me doy cuenta de que llevan una vida igual a nada!” (Edipo Rey v. 1189) 



En principio partimos del hecho de que la tragedia es la reformulación del antiguo mito heroico guerrero homérico cuyos valores han sido formulados en la sentencia: 
“Escogen una cosa ante todas los mejores (áristoi): gloria perpetua en lugar de cosas mortales. La mayoría, en cambio, se llena el vientre como ganado.” Heráclito (Fr. 29 DK) 

La nobleza guerrera es puesta al día en virtud de los elementos de la religiosidad y la ética que debían ser resignificados de manera aplicable al mundo del ciudadano del s. V, en el que la evolución del nómos, la ley humana y escrita, había transformado por completo todo el contexto social. 

Toda esta transmutación de la cultura griega ha sido ampliamente estudiada por el conjunto de investigadores franceses (L. Gernet, J. P. Vernant, Vidal Naquet). Simplemente enfatizamos que el elemento esencial que articula toda la ética trágica es la concepción del orden divino del mundo, que en griego se dice díke, como ley divina. 

Y si justamente la tragedia toma como tema principal la ley divina como el horizonte sobre el que toda acción humana –praxis– debe ser comprendida, esto se debe a la evolución del nomos. 

Frente a los pensadores humanistas de la sofística que sostienen, como Protágoras, que el hombre es la medida de todas las cosas, la visión de Sófocles muestra que esto no basta, que además del orden humano hay que tener presente otro de jerarquía superior. 

De tal modo lo muestra en la Antígona, en la que la prohibición de dar honores fúnebres a Polinice pone en juego la tensión entre la ley humana y la divina. 

Sófocles presenta a un ser humano que olvida el orden divino del mundo y sólo lo recuerda cuando ve los cadáveres de sus seres queridos, como en el paradigmático caso de Creonte, que después del suicidio de Antígona, de su hijo Hemón y de su mujer Eurídice, percibe la presencia ignorada de la justicia divina (díke). Por eso el Corifeo le dice: “Tarde pareces ver la díke...” (Ant. v. 1270) 

Esta concepción de Dike se puede testimoniar desde la obra de Hesíodo, en la expresión del sabio Solón “escribí la díke”, y en el famoso fragmento de Heráclito: “El sol no soprepasará las medidas. Si no, las Erinias, servidoras de Dike, lo capturarán.” (Fr. 94) 



Se trata de las mismas Erinias que persiguen a Orestes en Las Euménides, en un contexto filosófico. Y el verbo traducido por “sobrepasará” es hyperbaínein, que indica un acto de hýbris. 

Esta palabra aparece en Homero pero no tiene la relevancia que tiene en la tragedia. Su significado básico muestra que hýbris es el acto que se realiza por encima de lo que a uno como ser humano le corresponde. 

La noción de hybris que algunos homologan sin más a la de pecado en la tradición cristiana se presenta como un determinante esencial de la acción trágica. 

En Las Bacantes de Eurípides Penteo realiza hýbris al querer enfrentar con una débil institución humana el frenesí de los cultos orgiásticos y no reconocer la divinidad de Dioniso. 

Morirá descuartizado por su madre y sus tías. Díke y Hybris se asocian inseparablemente como el orden divino y su trasgresión. 



El mismo problema resulta el punto medular del Edipo Rey de Sófocles. 

Como lo muestra Aristóteles en la Poética, en el más célebre texto acerca de la acción trágica se pregunta cuál es la acción más adecuada para la representación trágica, cuál produce el efecto del temor y la compasión, y responde no sin sentido del humor, que no se trata de representar “a los malvados pasando de la mala fortuna a la buena fortuna, pues esto es lo más antitrágico de todo [...], es adecuada la situación de un hombre que sin ser especialmente virtuoso y justo cae en la mala fortuna no por maldad y perversidad sino por un error [...] como Edipo y Tiestes...” (Poética 1452 b 36). 



La palabra griega para error es hamartía, que designa la acción cometida con ignorancia, sin conciencia (en el vocabulario griego se opone a hekón = voluntariamente, a propósito). 

Siempre resulta interesante recordar que esta misma palabra es la que en el Nuevo Testamento se traduce al latín por peccatus, pecado, en otra época y en otra cosmovisión. 

El llamado error trágico encuentra sus modelos en Edipo y Tiestes porque cometieron las peores cosas, sin saberlo. Como lo transmite Esquilo en Agamenón, Tiestes se comió a sus propios hijos por invitación de su hermano Atreo que cocinó a sus sobrinos como venganza contra su hermano (por cometer adulterio con su mujer). 

Y todo el tratamiento de Sófocles respecto del mito de Edipo profundiza en la cuestión de que Edipo no sabía lo que hizo al cometer parricidio e incesto. 

Pero Sófocles describe que aunque hubiese salido libre ante un tribunal ateniense de la época, en el que desde hace poco se tomaba en cuenta la intención del agente, nada lo libra de cometer la peor falta ante el plano de los dioses, el de la realidad más real que la realidad social. 



Por cierto la expansión globalizadora tecnocrática, la estupidez compartida de los medios de comunicación, y la voracidad destructiva neoliberal no han eliminado la dimensión trágica. 

El progreso ha sido tan grande que los seres humanos estamos en condiciones de destruir el planeta varias veces y el poder de decisión está en manos de los seres más enfermos y energúmenos. 

Nada hay más terrible que el hombre, nada también más imbécil.


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